Formar a un grupo humano implica acompañar a las personas en su proceso de crecimiento, y eso entraña una gran responsabilidad.

Voy a confesarte algo. Han tenido que pasar años y sumar variados aprendizajes antes de animarme a compartirlos con los demás y, sobre todo, hacerlo desde la confianza para constatar que el contenido que trasladaba a mis alumnos/ as no se trataba de una experiencia egoica, sino que procedía de otro lugar. ¿De dónde? Te preguntarás. Sospecho que llegaba desde algún plano cercano a la consciencia humana, allí donde bebemos todos/as una sabiduría que no siempre recogen los libros.

Instruir en materias no regladas, en competencias transversales que no se ajustan a un temario convencional y que al tiempo nos permiten desenvolvernos en la vida con más destrezas, requiere generosidad y aportar buenas dosis de amor al proceso.

Desarrollar las habilidades «blandas» es imprescindible en el entorno cambiante actual

No todos avanzamos al mismo ritmo ni con la misma disposición a aprender. No todos/as tenemos la curiosidad tan despierta ni confiamos en nuestra imaginación antes de aterrizarla en forma de creatividad, no todos/as sentimos la empatía tan viva, ni nos mostramos tan flexibles ante los cambios. No todos gestionamos la incertidumbre con idéntica tolerancia.

Sin embargo, estas habilidades humanas desordenadas -la capacidad de conectar con los demás y formar equipo en nuestro trabajo, el compromiso con los otros miembros del grupo, el famoso “engagement”, la habilidad para explorar nuevas posibilidades y metas, la flexibilidad y adaptabilidad frente a los cambios, la creatividad– son imprescindibles para desarrollarnos en este escenario líquido en que vivimos, especialmente en el entorno laboral, en el que muchas veces convivimos con el miedo al futuro.

Despertar la curiosidad en el alumno es la clave para que comience a «aprender»

¿Dirías que pueden enseñarse las habilidades que acabo de mencionar? Te aseguro que sí. No es algo que aprendamos de memoria, como asimilamos las materias teóricas de nuestras profesiones en su día, se adquieren despertando la curiosidad del alumno/a encaminada a averiguar en el interior de cada uno dónde están, cuándo aparecen, qué sentido tienen en su vida y qué podría lograr con ellas.

Algo parecido a volver a la infancia y situarnos en modo exploración y descubrimiento. Por ello es un reto para mí despertar y potenciar estas habilidades en las personas a través del aprendizaje continuo en el entorno laboral.

La importancia del aprendizaje continuo en las empresas

Hace unos meses leí un estudio canadiense impulsado por unos psicólogos del comportamiento que trataban de averiguar por qué los trabajadores seniors eran refractarios a las formaciones que organizaban sus empresas. No se trata de un asunto baladí porque si queremos mantenernos en el mercado laboral necesitamos convertir el aprendizaje continuo en una conducta rutinaria. Nadie puede decir que participa del aprendizaje continuo si su agenda no está llena de formaciones y, hablando con propiedad, no sucede eso en el día a día de las personas, dispongan de un empleo o no.

La investigación mostraba cómo los trabajadores que rondan la treintena se incorporan con alegría a las formaciones de sus empresas, mientras que los que han cumplido más de 50 tratan de “escaquearse”, aduciendo que lo que enseñan en esas formaciones no lo entienden bien, quizá porque carecen de las competencias digitales necesarias, o porque se les escapan los términos que se utilizan en ellas.

En segundo lugar, aducen que están en tiempo de descuento en sus trabajos, es decir que entienden que su vida laboral se agota. Me pregunto si lo creen de verdad. ¿Podrías aventurar tú cuándo vas a jubilarte? Porque por muchas ganas que tengas ni siquiera la cercanía a la edad de la jubilación te asegura que puedas hacerlo con holgura económica.

Bien porque amemos nuestro trabajo y no lo queramos abandonar lo del todo o bien por necesidad económica, los límites de la edad de jubilación se han difuminado.

A consecuencia de ello debemos de seguir preparándonos para ese mercado laboral incierto en el que quizá nuestro trabajo se amortice por la digitalización y la IA, pero surgirán nuevos empleos para los que habrá que estar preparados y bien formados.

Todos podemos aprender a cualquier edad, solo hay que saber cómo.

Con esos argumentos entonces, ¿por qué los trabajadores de más de 50 siguen sin abrazar el lifelong learning? Las conclusiones de los investigadores canadienses fueron que no se pueden utilizar las mismas herramientas en todas las edades: hay que despertar su curiosidad y atrapar su atención de forma distinta y a otro ritmo.

La heterogeneidad en la formación es un valor en alza

No es igual instruir en liderazgo curioso a jóvenes universitarios que hacerlo entre mujeres cooperativistas que han rebasado los 50. No lo es impartir mis sesiones en organizaciones españolas que a profesionales del otro lado del Atlántico, una posibilidad que, por cierto, he descubierto durante la pandemia y disfruto mucho: he formado a mujeres líderes en México y a representantes de los principales municipios de la República Dominicana. Trabajar con colectivos diversos y heterogéneos, de forma presencial u online, lejos de ser un inconveniente supone un magnífico desafío para mí.

Por eso adoro la formación. Gracias a ella soy plenamente consciente de la delicada materia que tengo entre mis manos, que no es sino la propia esencia humana.

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